miércoles, abril 04, 2012

Dia 4 - De Barcelona a Jyäskylä


El avión sale a las 8 de la mañana y la idea es ir a dormir pronto porque espera un largo día por delante.
Para seguir con la tradición la realidad no tiene nada que ver con lo proyectado. Me acuesto a la 1 acabando de hacer a maleta y ultimando los preparativos del viaje. Tenía miedo que si ganaba el Barça la gente saldría a celebrarlo a Canaletas y que con la fiesta consiguiente no me dejarían dormir, pero no hizo falta. Gran tormenta nocturna sobre Barcelona. Rayos, truenos y centellas, como diría aquel, que para quien vive en un sobre ático como yo, se convierte en poco menos que una experiencia religiosa. Consecuencia: no pegar ojo hasta las 5.30. Apago el despertador antes de que suene.
El resto correcto. Airbús (que gran invento) al aeropuerto, con un grupo de noctámbulos destemplados como yo. Al ir a bajar del autobús, la chica que va delante mío exclama en voz alta.
- ¡Ay!. ¡Las bragas!
Y vuelve hacia la parte de atrás del autobús.
Uno espera escuchar ¡Ay, el neceser!, ¡La maleta!, ¡Las gafas!, o cualquier cosa similar. Qué alguien se deje las bragas en el autobús del aeropuerto, a las 6 de la mañana, es algo que te deja a cuadros.
El resto rutina, solo rota cuando le digo a la chica del embarque si tengo que recoger la maletas en Stuttgart o directamente en Helsinki. Lo cierto es mi avión la escala la hace en Frankfurt, así que se queda mirándome fijamente, que cambia luego por una mirada comprensiva, teniendo en cuenta la hora que es y la pinta que debo hacer y me explica que si quiero puedo ir a buscarla a Sttutgart pero que lo normal es llegué a Helsinki, y en su defecto donde se quedaría sería en Frankfurt.
Striptease ante los guardias de control y a buscar la gate 57, que es desde donde se supone, según la carta de embarque impresa a través de Internet, que sale mi avión.
Otra tradición en mi vida es que mi avión salga desde la puerta más lejana posible en la interminable T1. El récord lo tengo cuando fui a Canarias el año pasado y en el que un poco y caigo fuera de la terminal.
Lo que no me había ocurrido nunca es que me enviasen a una puerta que no existe. Es cierto, existen la puerta 55 y la 59. La 57 simplemente no. Uno tiene estudios y ha oído que hay hoteles en los que no existe el piso 13, la habitación 13, etc. Pero no acabo de entender que ocurre con el número 57. ¿El que las iba numerando se descontó?. ¿Tenía alguna superstición particular?. ¿La usan para enviar a alguien metafóricamente a la mierda?.
-"¡¡Vete al puerta 57!!.
Si alguien alguna vez la encuentra que me lo diga. Los operarios tampoco sabían el porqué así que en información me lo aclararon.
- Esa puerta no existe.
- Ya, ¿y?.
- La suya es la puerta 44.
No me paro a discutir temas metafísicos y dejo el porqué del universo y otras cuestiones para otra ocasión y vuelvo hacia atrás. ¡Ahora que ya había llegado casi al final de la T1!
Vuelo normal y tranquilo hacia Sttutgart, perdón, Frankfurt, en compañía de Sito Pons, en clase Bussines, y un equipo de unos 50 futbolistas asiáticos, muy jóvenes, disciplinados y uniformados, y todos con su bolsa de la tienda del barça.
Llegamos al aeropuerto de Frankfurt, enorme, y a buscar la Gate b10. Espero que esta al menos exista.
Al principio de un pasillo larguísimo, me aborda un señor.
- ¿Español?
- ¿Siiii?
- Venezolano.
- Un placer.
- ¿Esto lleva la terminal B? -me pregunta debajo en un gran cartel sobre nuestra cabezas con una flecha y la letra B.
- Pues eso parece, yo también voy para allá.
Así que iniciamos el trayecto juntos.


El pasillo es tan largo (ríete de la T1), que antes de llegar al final he tenido tiempo de enterarme que vuelve a su país, que su hija vive en Alemania, que ha tenido que pagar 120€ por exceso de equipaje porque su hija le ha llenado la maleta de productos alemanes, que la maleta es tan grande que se ha caído y se pegado un "leñazo", que es la primera vez que sale de su país, que el jugaba béisbol y que su hermano, muerto en un accidente, era profesional y que había ido a verle un equipo angelino. No hay duda, los pasillos del aeropuerto de Frankfurt dan para mucho. Al despedirnos, al final del pasillo, ya éramos casi familia (yo también le había explicado lo mío).
Cuatro horas en el aeropuerto de Frankfurt se hacen interminables, como esta entrada del blog. Afortunadamente para los viajeros en transito hay máquinas de agua caliente y té y café gratis. Me hago un té y me siento en una de las pocas mesas a comerme un sándwich que traigo de Barcelona (la crisis). Nada más sentarme me doy cuenta, con horror, que mis dos compañeros de mesa son una pareja de policías del aeropuerto.
Habéis intentado alguna vez comeros un sándwich justo frente a dos policías de aduana alemanes (o de cualquier otro país). No sabes a donde mirar, pero claro, están justo enfrente. En alguna de esas miradas furtivas y aparentemente casuales que les diriges te das cuenta que te están mirando con curiosidad. ¡Dios! Puede ser perfectamente por la pinta que llevo después de una noche sin dormir y unas cuantas horas de viaje. No sé pero como que me cuesta un poco más tragar el sándwich.
Cuando paso varias horas sin hacer nada y tengo una cámara de fotos cerca, pues ya sabes lo que toca, pero con la policía de aduanas frente a mí y los tiempos que corren, cualquiera saca la cámara y empieza tomar fotos del aeropuerto. En un control de Aeropuerto de Munich me hicieron sacar la cámara y hacer una foto para demostrar que no era un arma diabólica (el encuadre no fue muy bueno). Pero como es algo superior a mi cojo el móbil y como distraídamente hago una foto por la ventana, lo cual mirándolo fríamente puede resultar mucho más sospechoso que si saco mi mega cámara y pongo cara de fotógrafo pro.


Afortunadamente la realidad demuestra mi paranoia y al cabo de un rato los policías marchan. El resto del tiempo lo paso entretenido peleándome para que funcionen los 30' minutos gratis de wifi que te da el aeropuerto. Tienes que poner tus datos del móbil y ¡¡no cerrar la ventana del navegador!!, que es donde está el reloj que te va descontando el tiempo Lo cual en un móbil mono tarea te limita solo a navegar.
Se monta una chiquigarden en la sala de espera y se demuestra que a los peques (cuanto más peques más), los idiomas les traen sin cuidado a la hora de jugar. ¡Ah! Y también son más cabrones. Hay algunas situaciones hilarantes que me alegran la espera.
El viaje a Helsinki también es tranquilo y habría ido mejor si no me hubiese tocado detrás un matrimonio español que no paro de hablar y decir tonterías todo el viaje. Porque mira, si te hablan en finlandés, pues te rayan pero desconectas, pero si encima entiendes todo lo que te dicen no hay quien lo aguante.
Lufthansa se porta. En el primer trayecto nos han dado el desayuno y aquí nos dan de comer y, sobre todo, te dejan tranquilo. Recuerdo el cómico y patético trayecto a Canarias con Ryanair, con continuas promociones de diferente artículos por parte de los auxiliares de vuelo. ¡Incluso una rifa!. Un poco más y montan un bingo, pero dales tiempo.
El sándwich que traen que lleva queso y ya sabemos que eso es pecado para mí así que se le lo ofrezco, primero a los españoles que hay detrás, grave error porque me descubro, y luego a mi vecina finlandesa, pero como dice que esta llena, se lo endosamos a la tercera de la fila que está durmiendo y que me asegura mi vecina que le encanta. Se lo tendremos que explicar cuando despierte.
Vuelven a pasar los atentos auxiliares preguntado si queremos algo más y descubro... ¡¡que el alcohol es gratis!!!, asi que pido un poco de vino. Lo de "poco" no lo entiende y me llena un vaso de plastico hasta arriba con vino blanco.
Otro error. No os recomiendo que pidáis vino en un avión de Lufthansa si no habéis dormido, si solo habéis comido dos escuálidos sándwiches y son ya las 4 de la tarde. Solo tiene un aspecto positivo, yo, que no duermo jamás en los viajes (salvo si estoy muy agotado) y menos en avión porque me lo impide mi pánico barra miedo barra aprensión (he ido evolucionando en ese orden), me quedé absolutamente frito durante más de media hora y, por ende, dejé de escuchar a los españoles de atrás. Mira que bien. Lo malo es la resaca que te queda y que te deja zombi un par de horas.
El pequeño aeropuerto de Vantaa, a unos kms. de Helsinki, tiene una aproximación muy larga a baja altura lo que afecta a la estabilidad del avión y te hace ir dando tumbos durante casi media hora mientras ves el precioso archipiélago que hay delante de Helsinki con todo detalle. Todos los lagos estaban helados, incluso trozos de mar y la capa de nieve en el resto era considerable. Un anticipo de los nos aguarda.
El hecho de esperar a que salga tu maleta en la zona de equipajes, siempre me ha parecido tan emocionante como la mejor película de suspense. Esa ansiedad de ¿habrá llegado mi maleta?, ¿tendré que ir a buscarla a Sttutgat/Frankfurt?. ¿Tendré que competir vestido de calle?. Cuando al fin la ves aparecer, tan vieja y hecha polvo que resulta entrañable, tienes como un subidón, algo parecido al que tengo cuando bajo del avión (no beso el suelo para que no me digan que plagio al Papa).
Vuelta a caminar por las tripas del aeropuerto. En un tenderete de información pregunto por el bus a Yiväskylä y a que hora sale.
- In ten minutes..
Le dejo con la palabra en la boca, salgo corriendo por el pasillo y lo cojo por los pelos. El record lo tengo en la estación de Berlin cuando atravesé a toda velocidad con un amigo 10 andenes distribuídos en tres niveles para coger 10 segundos antes que saliese el tren que iba a Praga, asi que esto no tiene mucho mérito.
La bofetada del cambio de temperatura al salir al exterior es de consideración. De 15º en Barcelona a bajo cero en Helsinki. No está mal.
El conductor me explica amablemente los dos cambios que tengo que hacer. Le pido un folleto de horario y veo que no coincide en absoluto con lo que me acaba de explicar. La sombra de la gate 57 se cierne de nuevo sobre mi cabeza pero decido no pensar en ello y pongo mi destino en sus manos.
El bus va hasta Lahti, primer cambio, luego a Juotsa, segundo cambio y finalmente llega hasta Jyvaskyla.
Me coloco en la primera fila, saco mi cámara, el walkman y compruebo, una vez más, que lo que más me gusta de los viajes, es el hecho de viajar.
50 fotos más adelante, el conductor ya está convencido que lleva un "giri" loco al lado que le va a dar el viaje y se pregunta "qué coño" encuentra este interesante en este recorrido que hago varias veces al día por la autovía en dirección a Lahti. Eso si, todos lo llevan con resignado estoicismo como pude comprobar en el viaje por estas tierras en el 2007. Incluso alguno intentaba ayudarme explicándome cosas.



Lo que veo es simplemente un paisaje completamente distinto del de mi entorno. Nieve en cantidad considerable, cosa que no ocurrió en el 2007 y esa luz oblicua maravillosa, sobre todo al atardecer, de los países nórdicos. 




Mucha gente haciendo footing por los arcenes de la carretera aprovechando la tregua climatológica de una tarde soleada, autobuses y anuncios mucho más coloristas que los nuestros porque cuando cae el manto blanco durante muchos meses al año hay que distinguirlos de la monocromía general. 




Un universo distinto en suma para mis ojos e invisible a la mirada del habitual. Por eso dicen, con razón, que uno no puedo o no sabe o le cuesta mucho más fotografiar su ciudad o su país.
Lahti, no me gusta. Su centro es muy soso, sin ningún edificio destacable. Lo que más me gusta de Lahti es su puerto lacustre, en verano, y la estación de autobuses y su entorno.



El conductor ya me ha tomado cariño y se preocupa de intentar explicarme al llegar a Lhati cómo, cuándo y dónde debo hacer el cambio de autobús. Tengo 20', me explica.
La espera se hace llevadera haciendo fotos a los alrededores de la estación.



No todos los conductores son tan amables. Llega un autobús a nuestro andén y los tres "giris", posiblemente atletas, desconfiados que sómos, nos acercamos rápidamente al conductor y le preguntamos si va a Juotsa.
-¡¡Kotka!!, ¡¡Kotka!! - Exclama señalando con cara de incredulidad el rotulo del frontal del autobús. Está clarísimo que todo el mundo tiene que saber que Kotka no tiene nada que ver con Juotsa, ni siquiera debe estar cerca.
Finalmente llega el correcto y emprendemos el camino a Juotsa. Si hasta ahora habíamos circulado más o menos por la autovía/autopista ahora huímos de ella como de la peste y hacemos un alegre recorrido por carreteras secundarias y semidesiertas.
Pasamos por Heinola donde estuvimos alojados, en un psiquiátrico por cierto, para el campeonato de Lahti 2009 (por favor abstenerse de chistes fáciles que bastante tuvimos) . Aquí aprendo una nueva palabra en Finlandés.
El conductor para el autobús en otra parada de Heinola que parece estar en medio de ninguna parte.
- Kaksi minuten -grita, o algo parecido.
Debe ser mínimo 5 minutos pienso, y bajo del autobús como cuando hacían salir al recreo en el colegio. Me doy cuenta de que sólo bajo yo, pero como en el exterior estamos a bajo cero tampoco me extraña demasiado.



             Parada de Bus de Heinola





El conductor se pone a fumar y yo a hacer fotos, cada uno a lo suyo. Cuando me giro el conductor ya está en el coche, así que carrera hacia el autobús no vaya a ser que me deje en medio de la nieve. Pregunto a unos pasajeros y kaksi minuten son 2 minutos. El tiempo justo para echar un pitillo. Me da que es más parada para el conductor que para los pasajeros.
Hacemos varias paradas más en gasolineras semidesiertas cada vez que le entra el mono al conductor y seguimos el mismo ritual, carrera hacia fuera, fotos y carrera hacia el bus.



La temperatura es cada vez más baja de modo que las carreras ya van bien. Se ha hecho de noche sobre las 9.30, más una hora más tarde que en Barcelona. Ya ha empezado el camino hacia el sol de medianoche.
Entramos en Jyväskylä. De los puentes que cruzan la carretera cuelgan estalactitas de hielo de más de medio metro y cada vez hay más nieve acumulada en los arcenes. Aquí tiene que hacer frío de verdad.
El autobús nos suelta a los pocos que quedamos en la estación de Jyväskylä. El frío es tremendo y un poquito de viento todavía lo pone peor. En un cerrar y abrir de ojos todo el mundo ha desaparecido y nos quedamos allí otro "giri" y yo, intentando orientarnos. Los dos claramente atletas. Yo busco la estación de policía porque me han dicho que el hotel está cerca y el otro pobre está buscando la parada de taxi que, como es de suponer, está cerrada. Me dice que va al youth hostel y yo, para darle animos, le explico que el único que conozco está a 5 kms de Jyväskylä. Hago una llamada y me rescata Maria Rosa que está en mi hotel. Camino del mismo, sorteando el hielo de las calles que atasca las ruedas de mi maleta, me explica que el lunes pasado, cuando ella llegó, habían caído 30 cms de nieve y lo que le costó encontrar el hotel.
El Omena Hotel (omena es manzana) es lo que podemos llamar un hotel "Self Service", similar a los Formula1. Con código para entrar tanto al hotel, como a las escaleras, como a la habitación. 
Hay un momento de nerviosismo cuando no funcionan los códigos de entrada pero fue una falsa alarma provocada por el frío o la poca iluminación, así que puedo entrar al fin. Cena rápida con mis compañeros de hotel y a dormir.
Si alguien se pregunta el porqué de este proyecto de viaje en autobús dando tumbos por Finlandia no tiene más que leer las vivencias de un sólo día de viaje y compararlas con las que escribiré los días que esté en Jyväskylä para entenderlo.