

A Eskilstuna llegué pasadas las 10. El autobús me dejó en una oscura y desierta estación en la que afortunadamente había una pequeña cafetería en la que fui la atracción momentanea. Sobre todo cuando empecé a quitarme capas de ropa e intenté pedir algo caliente. Mi grupo había llegado el dia anterior así que llamé a Ramón que vino a rescatarme en el coche que habían alquilado y me llevó al pabellón indoor donde estaban todos.
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